I’m runway, you know they a side show

I’m first page, the mainstage as I pose…

(“Anna Wintour”, Azaelia Banks, 2018)

Es 2009 y estamos en Mallorca. Alexander McQueen le dice a su amigo Sebastian Pons que ha terminado de diseñar su última colección. “Está en mi cabeza. En mi última colección, me voy a matar”. La depresión de McQueen desenmascaró oscuros mecanismos creativos; la muerte ritual se llevaría a cabo al final del show: él emergería del piso y se daría un tiro dentro de una caja de cristal, dentro de otra —una matrioshka—. La idea era depresiva, pero extremadamente amorosa. Y el amor es un acto sumamente violento. Lo dijo Lacan: Mi amor dice algo de ti que quizá tú mismo no conozcas. El diseñador se quitó la vida un año después, en la soledad de su departamento.

Para cuando este artículo sea publicado, el desfile de Dolce & Gabbana en México ya habrá sucedido. #DGLovesMexico. Desconocemos las verdaderas razones por las que Domenico y Stefano Gabbana decidieron traer su evento Alta Moda, Alta Sartoria y Alta Gioilleria, es decir, la lógica empresarial detrás de esta carta de amor, pero estamos en tendencia otra vez —¿vieron Coco?—. En una entrevista con GQ México, Stefano dijo que fue a la catedral a saludar a la virgen de Guadalupe (sic) y compró una sotana. Después hicieron el último vestido de la colección, aquí, en la Ciudad de México: “Cortamos a la virgen y la pusimos en un vestido de encaje, la cubrimos de flores”.

Se avecina el evento de la moda mexicana, Mercedes-Benz Fashion Week Mexico City, y con ello la euforia de ver y ser visto. En una carta a la moda nacional publicada en Mextilo (Gustavo Prado, 2017)—que es, a su vez, dedicado con todo el amor a la crítica de moda Diane Pernet—, Javier Herrera le habla a la disciplina en nuestro país y, francamente, nadie podría resumir mejor el estado de las cosas:

“Me cansé de que nunca nadie tenga presupuesto, de que todo sea intercambiable y de que lo poco que genera flujo de efectivo, esté mal hecho o sea una copia. La calidad nunca va a cambiar si nadie invierte, pero, ¿cómo inviertes si nadie compra? Y para qué comprar si siempre hay algo más barato y mejor en Zara o H&M, y de pronto esta fórmula se repite al infinito.”

A 40 años de la primera Semana de la moda oficial en México —creada por Denisse Selznik y Anna Fusoni—, ¿sigue siendo relevante el formato de la pasarela? Cada año, a nivel internacional, se ha planteado esta pregunta; siempre en distintas formas retóricas, como cuando se cuestiona si las modelos están o no demasiado delgadas, y más recientemente, si no están muy vistas ya las prendas para cuando están a la venta.

No hay respuestas precisas, sólo preguntas incisivas para añadir a la discusión, y vale la pena hacerlas desde nuestro mapa: ¿qué significa hacer moda en México… y pagar para exponerla en un foro con acceso limitado? ¿Qué despierta esa imagen cuando se sobrepone a un contexto convulso, violento y de carencias básicas?

Algunos diseñadores han aprovechado la puesta en escena de la pasarela para depositar sus cavilaciones sobre el clima político y territorial, como hizo Bárbara Sánchez-Kane en la edición pasada de MBFWMX, protagonizada por un cast de modelos que destacaron por sus pieles morenas y melenas brutalmente lacias u oxigenadas, rasgos faciales alejados del cánon, mientras que la colección, exquisita en términos sartoriales, expresaba un discurso provocativamente mexicano, queer, poético. Eso no significa que toda la moda deba intelectualizarse en pasarela, acaso es sólo una manera de darle sentido.

Entre bastidores, el corazón está roto. Recientemente el Consejo de Diseñadores de Moda Americanos (CFDA) indicó que se ha considerado cambiar el formato de las Semanas de la moda que les conciernen. Steven Kolb, a cargo de esta asociación, dijo en entrevista a The Atlantic: “Queremos tomar este sistema que está dañado y crear otro nuevo… el 95% de personas a las que se los he dicho, han dicho ‘amén’.”

Es cierto que los fashion shows tradicionales, de temporada, son costosos, y algunos diseñadores han optado por salir de las plataformas tradicionales. Carla Fernández y Alejandra Quesada son diseñadoras que han presentado ejercicios propositivos, ambas han creado ambientes de performance en relación con sus preocupaciones estéticas —y por lo tanto sociales y políticas— para entablar una conversación nueva con sus asistentes.

Sea cual sea el vehículo elegido para la exposición en movimiento que es la pasarela, todas las marcas están de acuerdo en algo, y eso es que hay que vender. Nuevas dinámicas de venta, como la compra inmediata o preventa justo después del fashion show, son intentos por acortar la distancia entre la ropa y los compradores. No todos los involucrados están entusiasmados con la novedosa idea del see-now-buy-now que adoptaron marcas como Burberry o Tom Ford (la cual ya lo abandonó). John Thorbeck, presidente de la firma Chainge capital LLC., mencionó en un artículo de Business of Fashion que simplemente se trata de un nuevo término que intenta enmascarar y distraer de las severas faltas de atención que ha prestado la industria a otros factores que podrían crear un cambio real en la forma de consumir moda.

Quizá lleguemos a Marte de la mano de Chanel —o al menos, a su live streaming— mientras seguimos debatiendo al respecto. Todo parece indicar que mientras las marcas sigan creando iniciativas para trastocar las formas de relacionarnos con —y desde— la moda, los shows seguirán siendo relevantes, y más frescos de lo que han sido en los últimos años. Unas tras otras, las pasarelas seguirán siendo una prueba de fuego.