Rodrigo Macías

La música tiene la capacidad real de transformar, de reconstruir a la sociedad...

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texto Daniela Valdez
fotografía Rodrigo Navarro
video Jesús Carranza

“En este concierto vas a sentir cosas que nunca habías sentido”, escuché escéptica a Rodrigo Macías, director de la Orquesta Filarmónica Mexiquense, a unos días del ensayo general de su concierto de clausura en el festival Mutek.Mx. Pocas personas tienen el aplomo y la seguridad para decir algo de esa naturaleza sin siquiera pestañear. Una semana después, todos se mueven, nadie quita la mirada del escenario.

Me encuentro en la Sala de Conciertos Felipe Villanueva, en Toluca, invadida por la curiosidad.

 

Hace un par de años, durante Mutek.MX, Damián Romero, director del festival de artes digitales y música electrónica, cuyas sedes incluye América Latina, China, Alemania, Canadá y España, conoció al concertista y compositor Rodrigo Macías (Texcoco, 1977). En aquel momento platicaron sobre la posibilidad de fusionar su amor por los sonidos y lo que para muchos son dos mundos opuestos: el de los beats sintetizados de un Dj, y el de las armonías que logran 90 músicos en el ensamble de una filarmónica. Pero contra todos los pronósticos, Romero y Macías lograron esa colaboración preciada y la presentaron al mundo durante la clausura de la edición número XV de Mutek.MX en noviembre del año pasado.

 

¿Cómo podía participar el director de orquesta en un festival de música electrónica y tecnología? Damián llamó al trío alemán compuesto por Daniel Brandt, Jan Brauer y Paul Frick, sin duda uno de los favoritos de Mutek.MX —ya se han presentado en tres ediciones en la capital mexicana, en Barcelona y Berlín—, y comenzaron las pláticas sobre cómo amplificar y llevar su sonido a una orquesta.

 

“Lo más importante de acercarse a la música clásica es encontrarse con uno mismo, pues cuando uno va a un concierto de este tipo, sale siendo una persona distinta, siempre y cuando tengas la voluntad de escuchar y abrir tus sentidos”, me dijo Rodrigo Macías.

 

Llegamos temprano a Toluca, el ensayo ya había comenzado.

 

Tenemos al enérgico —y certero— director de espaldas, de pie. Abajo, los 90 músicos que conforman la Orquesta Filarmónica Mexiquense junto con Paul Frick al piano y Daniel Brandt en la batería. Jan Brauer no ha llegado, él es quien pone el mood, quien dispara el sintetizador. Arriba, nervioso, el compositor Harry Portillo, quien se dio a la enorme tarea de transformar un ensamble en una orquesta. Los afortunados que hemos visto al trío en vivo conocemos su peculiar sonido: electrónica minimal con instrumentos clásicos. Y si no, no hay pretexto, puedes buscar sus discos en Spotify o sus presentaciones en vivo en YouTube.

 

 

Ligero. Corto. Siempre escuchando a Paul. Vamos… uno, dos, tres… Todos los ojos sobre el director.

 

Daniel toca las percusiones desde los cinco años, y nunca ha dejado de hacerlo. Paul comenzó su idilio —por casualidad— con el piano a los siete, cuando llegó con sus padres a una nueva casa y ahí estaba el instrumento, olvidado por sus antiguos dueños. Daniel y Jan tocaban en la banda de la escuela, y en sus tardes se esfumaban con un proyecto de música dance e instrumentos acústicos. Encontraron la música de Paul en MySpace. Se conocieron en persona en 2008 y así comenzó Brandt Brauer Frick (BBF). “Nos parecía muy interesante el sonido, solamente teníamos que encontrar un nombre y listo”, comenta Daniel.

Paul producía hip hop e instrumentales para raperos. Estudió composición clásica en el conservatorio. No encontraba la manera de hacer música que también le pudiera interesar a sus amigos. Lo que él creaba y lo que ellos escuchaban pertenecían a mundos separados. Siempre le interesó incluir lo clásico en lo no clásico y viceversa, y encontró la fórmula exacta cuando conoció a Daniel y Jan. Lo embriagó el sonido del dueto: electrónica minimal con instrumentos de jazz. “Lo que lográbamos juntos era mucho mejor y más original que lo que hacíamos por separado”, agrega Paul.

 

Empieza el piano. Debe haber un acento en el tercer tiempo. Los cornos y las trompetas están entrando muy tarde. De pronto me doy cuenta de que no puedo dejar de moverme. Nunca había estado en una sala de conservatorio con unas ganas de bailar inexplicables.

 

En un descanso platico con Paul, quien habla español perfectamente. Me cuenta que después de conocerse, a los pocos días, ya tenían cuatro canciones, y a las pocas semanas, un sello discográfico. “Nos dimos cuenta de que nuestra propuesta tenía demasiados elementos, y que para lograr lo que deseábamos, era necesario armar un ensamble”.

Hay varios formatos, por decirlo de alguna manera, en los que uno puede escuchar y ver a BBF: un set de techno que hicieron para tocar en antros sin pausas, una canción tras otra; el trío con un ensamble de 10 músicos con quienes tocan desde que sacaron su primer disco en 2010, y como los estoy viendo en este momento: con una orquesta filarmónica completa.

 

Vamos al 103, a la entrada.

 

En pleno 2019, más de 10 años después de que naciera BBF, aún no es muy común escuchar electrónica con instrumentos clásicos. Sin embargo, el trío ha tocado en más de 50 países, siempre creando nuevos efectos sonoros.

 

Durante esta década, diversas orquestas les habían pedido tocar con ellos, pero se negaban. No pensaban que pudiera funcionar, pero su confianza en Damián Romero los llevó a decir que sí. Para Daniel era esencial llegar con una orquesta que entendiera su ritmo. “Mutek es un gran festival, y en especial en México, no podíamos decir que no. Pienso que en América Latina la gente entiende muy bien el ritmo, así que, si buscábamos una orquesta europea o en otro lugar del mundo, posiblemente los músicos tendrían un entendimiento completamente distinto de la música y de cómo tocarla, y no nos hubiéramos comunicado tan bien. La gente en este país baila, se mueve”. Evidentemente, el trío no tiene tiempo para los arreglos sonoros de 90 músicos. Ahí entran a escena Rodrigo Macías y Harry Portillo.

Me encuentro parada, bailando, realmente sorprendida. Me siento fuera de lugar, pero no lo estoy, porque escucho un concierto de música electrónica, un sonido muy contemporáneo, aunque haya casi 100 instrumentos clásicos tocando el sonido exacto, me atrevería a decir milimétrico de Brandt Brauer Frick. Volteo a la derecha. Harry Portillo, compositor, arreglista y orquestador mexicano, sonríe de par en par.

 

Está sonriendo porque por fin puede verle pies y cabeza a su trabajo de cuatro meses. “Me mandaron las partituras del ensamble y las tenía que traducir del alemán. Entonces extendí el ensamble a una orquesta”, comenta Portillo. Después hizo dos propuestas y mandó una maqueta con la orquesta completa programada. A Brandt, Frick y Brauer les gustó. “Para nosotros fue un gran privilegio que Luis hiciera cosas tan bonitas con nuestra música”, comenta Paul. “Él le añadió su inspiración y mucho trabajo. Durante los ensayos no hemos dejado de sorprendernos”. Estamos hablando de algunas piezas que el trío lleva tocando una década, que conocen de memoria, y de pronto llega una nota completamente diferente, pero fiel a su sonido. “Somos muy afortunados por tener esta oportunidad”, cierra Paul.

 

Entonces me asomo a la partitura de Rodrigo, quien tiene todo bajo control. Se trata del corazón, de donde salen 90 piezas, divididas por secciones. Mi, La, Do. Uno, dos, tres. Dura cuatro tiempos el primer Do.

 

“Nosotros estamos a favor de la democratización de la música y creemos que debe llegar sin restricciones a las personas. En la actualidad mexicana, plural y compleja, este tipo de fusiones nunca habían sido tan necesarias. Estoy convencido de que la música tiene la capacidad real de transformar, de reconstruir a la sociedad”, comenta Rodrigo durante el segundo descanso. Se trata de ver y entender a la música de manera profunda, no como un entretenimiento superficial, sino como un agente transformador.

 

Yo puedo asegurar que después de vivir ese ensayo, esa intimidad, la magnitud transformadora de la belleza que se comparte, nunca volveré a decir que no a escuchar algo nuevo.

 

Algunos de los músicos de la Orquesta Filarmónica Mexiquense, casi todos menores de 35 años, son fanáticos de BBF. Para ellos también se trata de una oportunidad única de mostrar en vivo la calidad de su trabajo, disfrutar de la música, y tocar para un público que, como yo, no está acostumbrado a bailar frente a una orquesta clásica.

Llegó el gran día. Museo Rufino Tamayo, domingo 25 de noviembre de 2018, clausura de la XV edición de Mutek.MX.

 

La orquesta sale de la sala de conciertos. El diálogo entre un festival, una orquesta y un grupo que cruzó varios husos horarios por fin se materializa. El público nervioso espera ver algo grande, como cada cierre de Mutek, aunque no saben a ciencia cierta qué es, pues se trata de la primera vez que Brandt Brauer Frick se presenta así, como un traje a la medida confeccionado por Portillo, de la mano de Macías y la Orquesta Filarmónica Mexiquense.

 

La voz del director se apaga para darles paso a sus gestos, a sus manos. La orquesta resuena con potencia, de manera prominente, y el trío alemán brilla con su energía. La dimensión de este concierto es inesperada. El sonido preciso de Brandt, Brauer y Frick amplificado por un centenar de jóvenes talentos, es algo difícil de poner en palabras. Son los XV años tanto de Mutek.MX como de la Orquesta, y X de BBF. Es un día muy especial.

 

Los violines, violas, violoncelos, contrabajos y el arpa, amplifican el piano de Paul Frick. Las flautas, los oboes, los clarinetes, los fagotes, al igual que las trompetas, los cornos, los trombones y la tuba bailan al ritmo de Jan Brauer. Las percusiones acentúan a Daniel Brandt, al igual que las luces de colores que iluminan a Rodrigo Macías, sobre quien se centran todas las miradas. El público tratando de entender de dónde viene tal sonido o a dónde viaja. Todos se mueven, pero nadie quita la mirada del escenario. El sonido es tan imponente que apaga pensamientos y llena huecos. No se necesitan las palabras para entender este gran mensaje.

 

Es difícil de describir, pero en este momento se está generando un puente entre dos mundos: la música electrónica contemporánea y la clásica, ante un público en su mayoría joven, pero compuesto en realidad por todo tipo de personas, de distintas edades, todas motivadas por la curiosidad, por las ganas de salir de la rutina, por la música. Todas moviéndose al mismo beat.

 

La sensación, aunque difícil de poner en frases románticas, es simple: la piel se pone chinita. Se trata de un duelo inconcluso. Una lágrima que se encuentra con otra mirada, conectándote en un mensaje que no tiene palabras. Por momentos no te queda más que pararte a bailar, y ahí lo entiendes todo: la música nos conecta, nos lleva a otro lugar. El otro tiene la piel tan erizada como tú, y también muestra todos los dientes en una gran sonrisa. La música nos mueve, nos emociona, revoluciona nuestro pensamiento mientras nos cuestionamos cosas tan vagas como trascendentales. Te queda muy claro que quieres ver más, conocer y explorar. No es fácil enamorarte de un momento, de un sonido, de un lugar en un instante.

Tal vez la belleza sea esto: no poder quitar los ojos del escenario, despegar los pies del piso, olvidar que vienes con alguien o que traes un celular. Y lo mejor de todo: afirmar que tenemos una capacidad ilimitada de sorprendernos, de transformarnos, de tener atentos todos los sentidos, todos en una misma cosa, sin poderlo explicar, pero recordándonos que somos —más allá de nuestra edad, género o profesión—, capaces de soñar y crear, y creer, y sentir y dejar que nuestro cuerpo se suelte, y que éste se mueva y nuestra mente vaya a otro lado y regrese gracias al sonido.

 

Gracias a la música, recordamos de vez en vez qué somos y qué sentimos. Gracias a Rodrigo Macías y la Orquesta Filarmónica Mexiquense por darnos este cierre tan espectacular y por no dejar que la rutina nos consuma. A Luis Portillo por traducir de manera magistral el ensamble en orquesta e imprimir su enorme pasión en su trabajo, a Damián Romero por darnos este espacio maravilloso para explorar, para ver y oír cosas nuevas, y a Brandt Brauer Frick por recordarme la capacidad de experimentar algo por primera vez, con sudor en las manos, los pies inquietos y la mente y los oídos abiertos.

 

Todos los acentos en su lugar, nadie llegó tarde esta vez.

 

La idea parecía un salto al vacío, pero el resultado es maravilloso. Sin duda vale la pena acercarse a la música clásica y a la música experimental, abrirnos a nuevas experiencias y emociones. BBF postea en sus redes sociales un agradecimiento que cierra con estas dos palabras: one love. Es como lo describe Paul Frick: “con una orquesta se puede hacer música del futuro”.

Tras un comienzo minimal, seguido por un disco con letras, y uno un poco más hardcore (You Make Me Real, 2010; Mr. Machine, 2011; Miami, 2013; Joy, 2016), este 2019 podemos esperar el nuevo material de la banda. Un regreso a sus raíces, como lo describen ellos mismos, de vuelta a donde empezaron, pero con 10 años de experiencia juntos. Va a ser algo muy emocionante, como el performance que tenemos preparado, “pero aún no te puedo decir nada”, comenta Daniel.

 

Supongo que otra de las grandes virtudes de la música es la paciencia


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