Ponerse una prenda —meterse en un vestido largo, atinar al agujero de una camiseta, recorrer las mangas de un suéter— no es nunca indiferente. Cada prenda es un espacio que habitamos y restringe al cuerpo o lo limita en cuanto al movimiento, una postura o un gesto.
Por años los diseñadores han explorado estas cualidades e intentado descifrar lo que le da a una pieza el poder de transformar. Por algo Balenciaga esculpió sus diseños siempre en relación al cuerpo y Chanel diseñó trajes de punto en tejidos finos que otorgaban flexibilidad. En la industria nacional, estos aspectos también se consideran: “Sé que mis prendas deben hacerse pensando en gestos específicos, que no te sientas incómoda si debes agacharte a amarrar las agujetas, o las de tus hijos; que se muevan contigo al levantar los brazos y que incluyan bolsillos –visibles y ocultos– para llevar lo que necesites”, dice Shinae Park.
Cada silueta significa un trabajo de arquitectura e ingeniería. Pero una prenda siempre necesita al cuerpo para alcanzar su forma real. La moda está diseñada para revestir al cuerpo, y como una segunda piel, descansa sobre él. Su ausencia la convierte en un objeto inerte, que puede ser apreciado por otras cualidades, pero que parece incompleto sin una silueta que vestir. “El momento en que la prenda está montada en una persona es determinante. En mi caso, todo el enfoque va dirigido a eso, cuando la pieza pasa de ser una idea a una pieza real. Aunque de nada sirve que se vea bonita sobre un maniquí o en un gancho, si en una persona no se logra el efecto que busco. En mis prendas”, dice Cynthia Buttenklepper, “el movimiento, el trabajo con los cortes y el manejo de las telas, son fundamentales”.
Es fácil identificarse con un vestido. Nos lo imaginamos puesto y fantaseamos con él. De inmediato recurrimos a nuestro diccionario de estilo y emitimos un juicio sobre la propuesta de un diseñador. Nos hacemos una idea sobre cómo luce, cómo se siente, si nos gusta o no. Pero un vestido no cobra vida hasta que lo utilizamos. Solamente así, en segundos y con esta acción irrevocable, un vestido se aviva.
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